«Desde el 18 de julio de 1936, fecha del
Glorioso Alzamiento Nacional, hasta el 29 de Marzo de 1939, Úbeda gimió presa.
Fueron saqueadas todas las iglesias y quemadas todas las imágenes, entre
blasfemias y sacrilegios inenarrables. Los templos sirvieron de cuadras y
garajes. Fueron encarcelados y asesinados, sin mediar formalidad legalista
alguna y en medio de la más absoluta impunidad, muchos buenos ubetenses por su
condición de católicos, por sus ideas políticas desafectas al extremismo “rojo”
o, simplemente, por odios personales».
Así describe
Juan Pasquau la Guerra Civil Española en Úbeda, uno de los episodios más
dramáticos de la historia reciente de nuestro país. Una época oscura de la que muchos
aquellos que la vivieron, incluso hoy, tienen miedo de hablar.
Además de
las víctimas personales, fue el patrimonio ubetense uno de los peores parados
dentro de esta contienda bélica. En la tarde del 26 de julio de 1936,
festividad de Santa Ana, nuestros templos fueron saqueados, arrastrándose
muchas de las imágenes devocionales hacia una gran hoguera en donde se quemaron
siglos de arte. No solamente se destruyeron esculturas y pinturas, sino también
documentos de archivo, así como muchos de los retablos que adornaban nuestros
templos (las fotografías antiguas dan fe de la monumentalidad barroca que
atesoraban las iglesias ubetenses, como La Trinidad, San Pablo, Santa Clara,
Santo Domingo, etc.).
Sin
embargo, todo parece indicar que en el 36 hubo personas devotas que
salvaguardaron algunas de las imágenes religiosas entre sus casas, como lo
demuestra la talla de Madre de Dios del Campo (de la que se conserva su cabeza,
y que en los últimos años se ha hecho presente en algunos altares del Corpus
Christi), o el rumor existente de que la verdadera talla de la Virgen de
Guadalupe no fue destruida en la contienda, sino que se conserva en paradero
desconocido.
No obstante,
gran parte de nuestro patrimonio ya había sufrido numerosos daños en épocas
anteriores, concretamente durante el siglo XIX. El ataque de las tropas
napoleónicas durante la Guerra de la Independencia (1808-1812) fue un gran
varapalo para nuestro patrimonio, hasta el punto de que muchos de los conventos
y ermitas existentes en la periferia de la ciudad fueron desvalijados, empezando
por las piezas de orfebrería (por su valor material de oro y plata, así como
piedras preciosas), y robándose muchas esculturas y pinturas por su valor
artístico. Del mismo modo, sus fábricas fueron totalmente arrasadas, hasta el
punto de que muchos edificios quedarían reducidos a un montón de piedras y
demolidos pocos años después.
El siguiente
golpe a nuestro patrimonio fue poco tiempo después, con motivo de las
desamortizaciones eclesiásticas. Éstas supusieron
poner en el mercado mediante subasta pública las tierras y bienes no
productivos en poder de las llamadas "manos muertas" que no las
cultivaban (Iglesia Católica y órdenes religiosas, que los habían acumulado
como beneficiarias de donaciones y herencias), con el fin de acrecentar la
riqueza nacional y crear una burguesía y clase media de labradores
propietarios; con ello, el erario público obtenía unos
ingresos extraordinarios con los que se pretendían amortizar los títulos de
deuda pública.
Las diferentes desamortizaciones que se suceden durante el siglo XIX, bajo el
gobierno de Juan Álvarez Mendizábal (1836), Baldomero Espartero (1845) y
Pascual Madoz (1855), desposeyeron a la Iglesia Católica de sus edificios, que
pronto caen en ruina o cambian de uso, modificándose su fábrica y diseminándose
todos sus bienes muebles (muchos de los cuales se reparten entre las diversas
parroquias de la ciudad, sin ningún control de los mismos, o pasan a propiedad
de coleccionistas privados).
Pero
volvamos a los efectos de la Guerra Civil en Úbeda. Es falso que todas las
obras del patrimonio ubetense desaparecieran en esa gran hoguera realizada en
la tarde del 26 de julio de 1936. Muchas piezas se conservaban en su ubicación
original hasta fechas avanzadas de la contienda; de hecho, en 1938 tenemos el
informe particular realizado por Miguel Ruiz Prieto en donde habla de un gran
número de obras y del estado de conservación de nuestros templos (haciendo
especial hincapié en los bienes de la Capilla del Salvador). Sin embargo,
parece que a partir de este momento se incrementa la rapiña y el interés de
ávidos coleccionistas por poseer pinturas y esculturas de especial valor
artístico.
En las últimas
semanas hemos asistido a un auténtico bombardeo informativo en relación con la
restauración del San Juanito, atribuido a un joven Miguel Ángel Buonarroti,
intervención llevada a cabo por el Opificio delle Pietre Dure
de Florencia (a partir del envío de los fragmentos que aún quedaban). Sin duda
se trata de toda una proeza la recomposición de la escultura, de la que tan
sólo quedaban 17 fragmentos de diverso tamaño y ubicación dispar. Además, tiene
la importancia de la autoría, tras demostrarse que verdaderamente se trata de
una escultura original realizada por Miguel Ángel.
No voy a hablarles más de esta escultura -de la que ya habrán
escuchado o leído bastante- sino que voy a centrarme en otras dos piezas de
nuestro patrimonio que se salvaron milagrosamente de la destrucción durante la
Guerra Civil, pero que en la actualidad se encuentran fuera de nuestra ciudad,
y que convendría devolver a su ubicación original: me estoy refiriendo al Descendimiento de Juan de Reolid, y a La Piedad de Pedro Machuca.
En relación al primero, se trata de la tabla central del retablo de la
Capilla del Camarero Vago, en la Iglesia de San Pablo de Úbeda. Atribuido a
Juan de Reolid, quien lo ejecutaría hacia 1545, el retablo estaba constituido
por dos cuerpos horizontales y coronado con un ático semicircular. Esos cuerpos
estarían subdivididos en cinco calles enmarcadas por columnas abalaustradas,
ubicándose dos nichos en los cuerpos laterales.
La calle
central del primer cuerpo, ubicada sobre un friso de grutescos, mostraba un
relieve del Santo Entierro de Cristo, acompañado por dos sibilas de bulto
redondo ubicadas en hornacinas. A la izquierda se ubica una imagen de la
Caridad, representada con su iconografía clásica, y a la derecha habría de
ubicarse la imagen de la Justicia, siguiendo el esquema de la portada principal
de la capilla. En la calle central del segundo cuerpo aparece una tabla
que representa a la Virgen con el Niño, y a la izquierda, tras otra tabla de
difícil identificación, aparece un Thanatos cobijado en una hornacina, es
decir, un niño sosteniendo una calavera, que debió acompañarse en el lado de la
derecha por un Eros. Se remataba el retablo con un semitondo en donde se
representaba a San Ildefonso, al cual le estaba consagrada la capilla.
Arsenio
Moreno, que estudió el retablo en profundidad en su libro Úbeda
renacentista, demostró hace un años la presencia de este relieve
en la sacristía de la iglesia de San Pablo de Baeza, en donde fue trasladado
tras la Guerra Civil como consecuencia de una confusión a la hora de devolver
la obra a su lugar de origen una vez finalizada la contienda. ¡Y ahí sigue! ¿Hasta
cuando? ¿Para qué necesitan los baezanos una pieza totalmente
descontextualizada, ubicada en una repisa de un pequeño despacho, donde nadie
puede disfrutarla, salvo el párroco?
Algo
parecido ocurre con La Piedad de
Pedro Machuca, uno de los máximos artistas del manierismo español, discípulo de
Miguel Ángel, pintor y arquitecto del Palacio de Carlos V de Granada. La
pintura de la que hablamos remataba el retablo de la Misa de San Gregorio,
localizado en un altar exterior del coro de la iglesia de Santa María de los
Reales Alcázares. Representa a Cristo muerto, descendido de la cruz, y
acompañado por la Virgen María, disponiéndose en la parte trasera la corona de
espinas y la calavera. En este caso, la pintura se conserva en el Museo de la
Catedral de Jaén; de nuevo, abogamos por su vuelta a Santa María, y ya que no
puede ser a su retablo original, que lo haga al proyectado museo que se piensa
realizar en el templo, en donde tiene mayor sentido expositivo.
En conclusión, parece que el San Juanito de Miguel Ángel volverá a la Capilla del Salvador hacia el mes de diciembre. Esperemos que no venga solo y que en los próximos años vuelvan las dos obras mencionadas a su lugar originario, donde deben estar y donde puedan ser disfrutados por todos, tal y como ya lo hicieron nuestros antepasados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario