Cuando nuestros templos eran blancos

Tras la conquista cristiana de Úbeda por las tropas de Fernando III el Santo, las mezquitas de la ciudad fueron reconvertidas en iglesias. Al principio tan sólo se procedería a su purificación, reordenando la orientación del culto (hacia el Este) e incorporando una serie de símbolos cristianos (el Crucificado, la imagen de la Virgen o el santo titular, etc.) que mostraran la nueva situación religiosa. Sin embargo, consolidada la conquista territorial, se procedería a la construcción de templos que se ajustaran mejor a las necesidades del culto.
Las nuevas iglesias y conventos construidos en Úbeda serían realizados por artífices mudéjares, que mantendrían sus técnicas y motivos decorativos musulmanes, combinados con formas tardorrománicas y protogóticas; entre los ejemplos más reseñables podríamos citar la puerta de la iglesia conventual de Santa Clara (así como uno de sus claustros) o la cabecera de San Pedro. Estas primeras iglesias se caracterizarían por su austeridad, empleando materiales de poco coste pero sustituyendo esta pobreza por el ingenio decorativo. Casi todos estos templos presentarían originalmente una nave única (salvo excepciones), que se cubrirían con techumbre de madera, salvo en la capilla mayor donde emplearían bóveda de piedra; a esta nave lateral se irían añadiendo capillas funerarias, generalmente cubiertas con bóveda.
Con el avance del tiempo se procederá a reformar y ampliar muchos de estos templos, empleando para ello el estilo imperante del momento: el Gótico. Nuestra ciudad cuenta con ejemplos góticos de gran calidad, como así lo certifican la iglesia de Santa María, San Pablo, San Nicolás, etc. Estos templos medievales se irían reformando con posterioridad, especialmente durante la Edad Moderna.
Durante el Renacimiento asistimos a un proceso generalizado de reforma en todos los templos ubetenses, labrándose muchas de las portadas que hoy presentan. En algunos casos, se proyecta la reforma global de algunas parroquias como consecuencia del auge poblacional (como ocurre en San Isidoro).
La crisis económica generalizada que experimenta España durante el siglo XVII modificaría muchos de los proyectos constructivos. Sin embargo, no por ello la Iglesia paralizaría el proceso de embellecimiento de sus templos, empleando técnicas más económicas pero no por ello carentes de efectos escenográficos, como consecuencia de los postulados impuestos por la Contrarreforma Católica.
Casi todos los templos ubetenses (con la excepción de Santo Domingo) sustituirán su techumbre de madera de tradición mudéjar por cubiertas de yeso: bóvedas de cañón con lunetos con decoración de molduras geométricas, que frecuentemente se continuarían por los paramentos de los templos. En parte, esto se hacía así para disimular la pobreza de materiales de la fábrica, pero también para dar una mayor luz al interior del templo y acentuar el carácter espiritual, e incluso como motivo decorativo (por la combinación de piedra y el yeso, creando una bella bicromía). En este sentido, muchas de las formas barrocas continúan con elementos ya vistos en época mudéjar.


En Úbeda, tanto los templos parroquiales como los conventuales y las ermitas se recubrieron con estucos. En algunos tan sólo se recubrieron algunas zonas para resaltar la bicromía y disimular el mal desbaste de la piedra; en otros, la decoración fue total. En ocasiones, este empleo de bóvedas se continuaba en las sacristías, como así podemos verlo hoy en día en San Isidoro y San Nicolás.
Un motivo recurrente fue el emplear una bóveda de cañón remarcada con arcos fajones, donde se abren lunetos en correspondencia con las ventanas. Frecuentemente, la parte central presenta una decoración de molduras rectangulares, y en ocasiones combinadas con placas de cerámica. Ello se hace patente en las iglesias parroquiales de San Pedro, San Isidoro, San Lorenzo (del que se conservan restos en la zona del coro) o en iglesias conventuales como la de San Miguel, San Francisco o San Nicasio (según se aprecia en el proyecto).
Con el tiempo se van complicando estos motivos, especialmente a partir del siglo XVIII, disponiéndose estrellas y otras formas mixtilíneas, complementada con ornamentación floral (tal y como aprecia en San Pablo, Santa Clara o como se disponía en Santa María). Es a mediados de este siglo cuando encontramos la mayor exhuberancia decorativa realizada en yeso, cuyo principal exponente es la Iglesia de la Santísima Trinidad. Gran éxito tuvo la bóveda polilobulada, ornada con pilastras, sobre pechinas con una abigarrada decoración escultórica; así se aprecia en la bóveda de San Lorenzo y en los restos conservados de la bóveda de la Ermita de Madre de Dios del Campo.
No solamente en el Barroco se emplearon las yeserías decorativas, sino que se mantendrían en el siglo XIX. Así se aprecia en la reconstrucción del templo conventual de San Francisco o en las ermitas de Santa Eulalia, del Gavellar o San Bartolomé.
En los últimos años, algunas de las últimas tendencias “restauradoras” optan por eliminar el encalado defendiendo que se dispusieron por motivos higiénicos, para evitar las epidemias (que en algunos casos es verídico), borrando con ello una importante página de la historia de nuestros edificios. Ejemplo conocido por todos es el de Santa María, cuyas paredes no estaban preparadas para ser vistas sino para ser encaladas, creando contraste con las piedras bien labradas de las arcos. Igualmente, la destrucción de las bóvedas barrocas y la reinvención del artesonado mudéjar constituye otro atentado al pasado histórico del edificio.

No hay comentarios: