El cementerio de San Ginés


"Recuerda que polvo eres y en polvo te has de convertir"
Desde que venimos a este mundo, una de las verdades inquebrantables es que todos estamos destinados a morir. Y que para morir tan sólo hace falta estar vivo…
La última morada es una de las preocupaciones que ha acompañado al hombre desde tiempos inmemoriales, así como el recuerdo de la memoria del fallecido (para lograr la eternidad del mismo). Prueba de ello serían los primitivos enterramientos megalíticos de la Prehistoria (menhires, dólmenes, cromlechs…), las monumentales tumbas de la civilización egipcia (mastabas, pirámides e hipogeos), o los enterramientos del mundo grecorromano (como la tumba del rey Mausolo de Halicarnaso -de donde deriva el término “mausoleo”- o de los grandes emperadores romanos).
Durante la Edad Media y la Edad Moderna se mantuvo vivo este deseo de buscar un digno lugar para el descanso eterno, buscándose además la salvaguarda del alma gracias a la disposición de la tumba en un sitio sagrado. Ya en la basílica paleocristiana de San Pedro Vaticano, junto al sepulcro del apóstol, surgieron gran cantidad de tumbas al amparo de la protección del primer Papa de la Cristiandad. Del mismo modo, las iglesias parroquiales y monasterios de toda Europa acogieron los restos mortales de sus feligreses, algunos enterrados de forma humilde bajo las losas de la nave, y otros de modo más suntuoso en capillas funerarias construidas en el perímetro de la iglesia (o de forma exenta y monumental como la Sacra Capilla del Salvador del Mundo, última morada de Francisco de los Cobos y su esposa María de Mendoza).
El enterrarse en la iglesia parroquial (o en un terreno anexo a ella) era lo frecuente hasta bien avanzado el siglo XIX. Sin embargo, el espíritu de la Ilustración va a imponer nuevos cambios en la cultura occidental -abogando a razones higiénicas-, que darán como consecuencia la creación de cementerios civiles y públicos con los que se intentaba evitar las epidemias que asolaban las ciudades. Sería Carlos III, con una Real Cédula firmada en 3 de abril de 1787, la que imponga la aplicación de esta norma en España (si bien su imposición fue lenta, debido a la oposición popular y a las reticencias eclesiásticas).



El primer intento de llevar a cabo la construcción de un cementerio en Úbeda fue en noviembre de 1813, cuando se plantea disponerlo a espaldas de la Ermita del Pilar (o del Paje), un sitio alejado con el fin de “precaverse de los olores pestíferos que producen los cadáveres”. Un año más tarde se declina dicho paraje optándose por aprovechar la ermita del Santo Cristo de la Vera-Cruz, “en atención a hallarse arruinada sin uso ni culto”. Sin embargo, a los pocos días la Junta de Sanidad fija el establecimiento de un cementerio provisional en uno de los corrales del antiguo Convento de San Antonio, a las fueras de la ciudad, en el camino de Baeza.
Debido a su carácter provisional y escasez de espacio, el Ayuntamiento seguirá solicitando en los años siguientes la construcción de un camposanto definitivo. De hecho, la necesidad de espacio hace que desde 1826 se empleen la clausurada iglesia de San Juan Evangelista y el huerto del Convento de la Merced como improvisados lugares de enterramiento. Curiosamente, por estos años el síndico del pueblo solicita se vuelvan a enterrar a los difuntos en las diferentes iglesias parroquiales de la ciudad, tal y como se hacía tradicionalmente. 
 Ante esta caótica situación, se hace imperiosa la necesidad de construir un camposanto definitivo, motivo por el cual la Junta de Sanidad instruye expediente para llevarlo a cabo. Finalmente el 1 de julio de 1837 se decide la ubicación del cementerio cerca de la Ermita de San Ginés, aprovechando el terreno cedido por doña Catalina Mata. Las obras serían llevadas a cabo por el alarife Pedro Serrano, empleando la ermita de San Ginés como capilla, y reutilizando los materiales de la ermita de la Vera Cruz para su construcción.



 La solemne bendición del cementerio se realiza el 17 de diciembre de 1837. Sin embargo, a los pocos años de ser inaugurado, el estado del cementerio era de total abandono, por la ausencia de un casero y la poca asignación del capellán, llegando incluso a plantearse la creación de otro cementerio nuevo ante la falta de espacio para enterramientos. Finalmente se opta por realizar una profunda reestructuración en el camposanto, construyendo nuevos cubículos así como el cuarto del casero; las obras de esta ampliación concluirían en 1852, varios años más de lo previsto.
Son constantes las referencias al cementerio desde esa época hasta la actualidad, en las que se alude a la necesidad de realizar ampliaciones y reparaciones. Así, en 1870 se plantea la necesidad del ensanche del patio viejo del cementerio; en 1877, el gremio de albañiles solicita un terreno en el Patio Viejo para construir un local apropiado para depositar los cadáveres de dicha cofradía; en 1890, la Corporación de Cristianos Evangélicos solicita la construcción de un cementerio civil para que sean depositados sus restos y la de sus familiares; en 1918 se acuerda la reforma del nuevo patio del cementerio, para lo cual se procedería a demoler la fachada y las galerías del patio del antiguo Hospital de Ancianos del Salvador (de ahí su incompleto estado actual), etc.
 El Cementerio de San Ginés presenta un primer patio, el conocido como Patio Nuevo o de Santa Teresa, precedido por una fachada principal de piedra. La portada central es un arco de medio punto entre pilastras toscanas sobre plintos, flanqueada por vanos adintelados con cancelas de hierro e igualmente complementados con pilastras. Sobre el arco de acceso encontramos la fecha de finalización del cementerio: 1852. El conjunto se remata con un entablamento con pináculos manieristas y un remate neobarroco sobre la puerta, formado por roleos enfrentados y coronado con una cruz.  



El recinto interior del Patio Nuevo tiene tres partes bien definidas: un patio central, dedicado a enterramientos de suelo; la ermita de San Ginés, dispuesta al fondo y alineada con la entrada; y una serie de nichos alrededor del muro de cerramiento. En los laterales encontramos una bella arquería, conformada por sólidos pilares de piedra sobre los que se voltean arcos rebajados. Todo el patio está ocupado por tumbas, a excepción de una calle central que comunica la entrada y la ermita.
Algunas de las tumbas llegan incluso a disponerse bajo las galerías laterales (lo que evidencia la gran mortandad decimonónica y la carencia de espacio para enterramiento). Como norma general, las tumbas presentan una lápida rectangular sobre el suelo, enmarcada por una baranda de hierro, y en ocasiones adornada con alguna cruz o escultura alegórica en piedra. Además encontramos una tipología más monumental, que es el panteón familiar, con una mayor profusión decorativa y arquitectónica, predominando el estilo ecléctico: clasicista, barroquizante, neogótico, etc. Son muchas las solicitudes de terreno para edificar mausoleos, destacando construcciones como las de la familia Biedma Campos, de la familia Saro, de la familia Fernández de Liencres, de la familia Díaz Rico, de Juan Rubio Navarrete, de Luis Redondo Baena, de José Gallego Díaz, de Andrés Llobregat, de Fernando Barrios, de Ignacio Sabater, Salvador Gassó Dalt, Rosa Izpizúa Ortega, las Religiosas Carmelitas, y un muy largo etcétera.



En la parte trasera de la ermita se abre el Patio Viejo o de San Miguel, un espacio totalmente anárquico en donde las tumbas aparecen a distinta altura, sin corredores de comunicación, y predomina la lápida sobre el mausoleo. Muy reformado este lugar, aún se dispone el enterramiento de la Sociedad de Albañiles (reconstruido en 1975) así como nuevos pabellones para alojar nichos en la parte baja, y un terreno yermo donde se enterraban a los suicidas (en donde se localiza un muro decorado con calaveras). En 1957 se ampliaría el cementerio adquiriendo terrenos a la izquierda de la antigua casa del conserje, quedando habilitado el nuevo patio (conocido como de San Juan de la Cruz). Y en 1980 se construirían la nueva vivienda del conserje, una nueva capilla en la parte delantera del cementerio, así como aparcamientos para vehículos.



Aunque pueda parecer macabro (del árabe “maqbarah”: cementerio), desde 1987 existe la “Ruta de los Cementerios” impulsada por la Asociación Europea de Cementerios Singulares, integrada por muchos cementerios históricos visitables en Europa, con su propia información turística e información de los difuntos ilustres que están enterrados. Es lo que se conoce como tanatoturismo (de “thanatos”, muerte en griego). Dentro de esta asociación se encuentran el Cementerio Judío de Praga, el Cementerio de Montmartre en París, el Cementerio Central de Viena, o el Cementerio de Córdoba, el Cementerio Inglés de Málaga, el de San José de Madrid y el de la Almudena de Madrid (por citar algunos casos españoles). 
Aparte de considerar al cementerio como lugar de descanso de nuestros difuntos, no debemos olvidar que los cementerios son uno de los espacios de mayor tranquilidad y belleza de nuestras municipios, en donde se acumulan siglos de arte patente en sus bellos mausoleos y tumbas. En la actualidad, es el Cementerio de San Eufrasio de Jaén quien intenta incorporarse a esta entidad, con el fin de detener su imparable ruina y mal estado de conservación. El cementerio de Úbeda es uno de los más antiguos de la provincia de Jaén (y de España) y se podría promover su inclusión en esta asociación, lo cual favorecería su conservación.
Para concluir con una expresión del poeta Virgilio, les deseo que disfruten de la vida, ya que el cementerio puede esperar: “Carpe diem, tempus fugit” (“disfruta el día, el tiempo se escapa”).