Velas por Santa María

El 1983 se cerraba la Iglesia de Santa María de los Reales Alcázares, Monumento Nacional, con el fin de llevar a cabo en ella unas necesarias obras de restauración y consolidación. Tras 25 años, aún no han concluido dichas obras y aún pasarán algún tiempo más sin que los ubetenses podamos disfrutar de nuestra iglesia mayor, situada en la renacentista Plaza Vázquez de Molina, Patrimonio de la Humanidad.
La historia de la antigua Colegiata de Santa María es extensa, y durante muchos años se han sucedido distintas fases constructivas que han ido modificando su aspecto original, superponiéndose en armonía y respetando su propia historia.
Sin embargo, la intervención llevada a cabo en primer lugar por Isicio Ruiz Albusac supuso incrementar la ruina del templo al derribar sus bóvedas, sin tener en cuenta la conservación de los bienes muebles que el templo albergaba (retablos, rejas, lápidas…). La posterior intervención llevada a cabo por Enrique Venegas Medina supuso la salvación estructural del templo, pero desvirtuó por completo su imagen interior, al cubrirlo con unas inventadas techumbres de madera, picar sus paredes, disposición de solerías de catálogo, entre otras reformas.
Con esta larga intervención “restauradora” no sólo se ha alterado la imagen histórica del templo y el recuerdo de muchos ubetenses, sino que se ha arrebatado a toda una generación de jóvenes ubetenses de poder disfrutar de su iglesia mayor como así lo hicieron las generaciones anteriores.

Por este motivo, un grupo de ubetenses nos hemos reunido por luchar por nuestro Patrimonio Histórico-Artístico. Con este sencillo acto, en el que cada uno ha encendido 25 velas -tantas como años lleva cerrada Santa María-, pretendemos servir de aldabonazo a la conciencia dormida del pueblo de Úbeda. Y lo hacemos para protestar principalmente por tres cosas:
  • La mala gestión de las distintas administraciones, que a pesar de las distintas promesas electorales, han permitido que pasen 25 años y aún no se haya abierto el templo.
  • La nefasta intervención llevada a cabo en la iglesia durante sus cinco fases, que ha hecho desaparecer siglos de historia y arte sin tener en consideración la propia esencia del templo.
  • La desidia y apatía del pueblo ubetense, que ha permitido que todo esto suceda sin apenas reclamar lo que la Historia le ha heredado, y que continúa sin hacerlo ante casos concretos como la puesta en valor de nuestro Patrimonio.

Con todo, solicitamos:
  • la aceleración de las obras para que cuanto antes podamos volver a tener el templo abierto.
  • la recuperación, en la medida de lo posible, de su aspecto original: paredes encaladas, suelos de piedra, eliminación de elementos de vanguardia, etc.
  • la agilización de los trámites para abrir y dotar de uso a otros templos de la ciudad, como la Santísima Trinidad, Santo Domingo y San Lorenzo.





La rehabilitación de nuestras murallas

Las murallas de Úbeda han vivido épocas de gloria y otras de decadencia.
De origen islámico y con reformas de época cristiana, el recorrido de la muralla, arrancaba desde los Miradores del Salvador, Cuesta de Santa Lucía, Huerto del Carmen, Fuente Seca, Cruz de Hierro, Corredera de San Fernando, Plaza de Andalucía, Rastro, Cava, Miradores de San Lorenzo, Puerta de Granada, Cotrina y Arroyo de Santa María, enlazando aquí con la muralla del Alcázar.
Junto al principal circuito amurallado, también contábamos con un segundo lienzo defensivo, en torno a los arrabales de San Isidoro, San Nicolás, San Millán y los Santos Juanes, de los que apenas nada queda (salvo la conocida como Torre Nueva, incluida en la actualidad en una vivienda particular).
Sin duda, la época más nefasta en la historia de nuestras murallas fue el siglo XIX cuando éstas perdieron por completo su función defensiva y -con la excusa del progreso-, sus puertas fueron demolidas y sus lienzos invadidos por construcciones privadas. A pesar de todos estos avatares, aún podemos hablar de Úbeda como una ciudad amurallada, conservándose buena parte de ella.
Durante el siglo XX la suerte de ha sido desigual. Tras años de abandono, en los años 80 se procedió a reconstruir la muralla de la Saludeja, una faraónica obra que dio como resultado una bella estampa a este rincón de la ciudad. Sin embargo, un par de años después parte de esta muralla se desmoronó y hasta hace relativamente poco tiempo este tramo de la vía estaba cortado. Reabierto el acceso durante la anterior legislatura, este espacio aún no ofrece su mejor aspecto pues prácticamente sólo se ve la roca desnuda sobre la que se asienta la muralla así como parte del terraplén del alcázar que le sirve de respaldo.
El aspecto que ofrece entre la Fuente de la Saludeja y el Arroyo de Santa María es, sin duda, deplorable. Los tramos de muralla que sobreviven lo hacen con numerosas grietas, con la vegetación campando a sus anchas, teniendo como base los escombros y restos de construcciones que en siglos pasados se adosaron a la muralla.
Por la zona colindante con los Miradores la situación es parecida, si bien en este lugar encontramos varias casas ruinosas -algunas incluso hundidas-, que dan una imagen lamentable, poco apropiada para una ciudad que se jacta de ser Patrimonio de la Humanidad. Algunos torreones aparecen con considerables huecos, han perdido el revestimiento exterior de piedra que definía su aspecto geométrico, existen restos de muros y encalados de construcciones anteriores, están cubiertos con vegetación…
Ya casi en el Arroyo de Santa María encontramos dos torreones muy interesantes pues en ellos se aprecia el recrecido de piedra que sufrió la muralla durante la época almohade. Uno de ellos se encuentra aprisionado por construcciones de escaso valor arquitectónico, siendo aconsejable su liberación para poder contemplar en todo su esplendor.
Como vemos, se impone de urgencia una total rehabilitación de este tramo, saneando sus muros mediante la eliminación de vegetación, cierre de sus grietas y reparación de las inmensas oquedades con piedra, etc. Además, sería conveniente eliminar los escombros y sustituirlos por una vegetación adecuada que otorgue esa imagen de paseo romántico, además de dotar a la muralla de una iluminación adecuada.
En las últimas semanas se ha producido la intervención en el tramo cercano a la Puerta de Santa Lucía. El cambio producido es totalmente radical y apreciable: se ha picado la piedra para eliminar las construcciones adosadas, eliminando huecos y tramos de ladrillo por otros de piedra, y cerrando sus grietas con mortero. Se ha realizado un muro de contención con el tramo continuo -el que va hacia el Huerto del Carmen-, que todavía presentar un regular aspecto, totalmente cubierto de escombros. Igualmente se han eliminado unas higueras cuyas raíces venían a deteriorar aún más el lienzo, situadas en la parte alta (donde se encuentran las ruinas de la iglesia de Santo Tomás, un importante yacimiento arqueológico que se podría poner en valor para incrementar la oferta turística de la ciudad). Todavía quedaría incluir vegetación en la parte baja y mejorar la iluminación, con el fin de potenciar la belleza de este entorno.
El tramo del Huerto del Carmen goza de mejor salud respecto a los anteriores, teniendo un aspecto mejor cuidado que los anteriores. De cualquier manera, sería conveniente la limpieza de este entorno, el cierre de alguna grieta y la mejora de su iluminación.
Nada podemos decir de los tramos de la Fuente Seca y la Cruz de Hierro, totalmente ocultas por las construcciones adosadas. Algo parecido pasa con el tramo de la Corredera; sin embargo, en la calle Ventanas aún se pueden ver restos visibles en bastante mal estado, con numerosas grietas, encalados, construcciones posteriores y riesgo de desplome, lo cual sería conveniente darle una solución antes que llorar las desgracias.
Finalmente hablar del tramo de la calle Rastro y Cava. Especialmente en ésta última habría que potenciar la muralla como un valor fundamental de este lugar, eliminando algunas de las construcciones adosadas de escaso valor estético. Hace un par de años se eliminó una vivienda en la zona baja de la Cava, junto a la Plaza de San Francisco, y se dejó la muralla pendiente de su restauración. Y allí sigue. Curiosamente se ha mejorado la iluminación del lugar, pero no se ha dado solución al problema más importante que es rehabilitar el tramo descubierto. Junto a ello, no estaría de mal la eliminación de algunas construcciones de muy mala calidad, que restan belleza al entorno.
Con esta rápida visión del estado de la muralla, sólo quiero llamar la atención para que no nos durmamos en los laureles. Es necesario que la nueva Corporación municipal continúe con la rehabilitación de nuestras defensas, pues no todas las ciudades históricas pueden hablar con orgullo de conservar la gran totalidad de sus murallas. No sólo es necesario conservarlas, sino ofrecerlas en su mejor aspecto posible, pues siglos de historia nos contemplan desde ellas.



Las iglesias parroquiales de los Santos Juanes

Tras la conquista de la Ciudad por las tropas cristianas de Fernando III el Santo, se fundaron seis iglesias en el recinto amurallado (Santa María, San Pablo, Santo Tomás, Santo Domingo, San Lorenzo y San Pedro), y otras cinco en la zona extramuros (San Nicolás, San Isidoro, San Millán, San Juan Bautista y San Juan Evangelista).
Estos templos tuvieron mayor o menor fortuna, conservándose la mayoría de ellos. Sin embargo, existieron tres templos de los que sólo nos quedan el recuerdo: la Iglesia de Santo Tomás Canturiense (más conocida por ser el lugar en donde don Francisco de los Cobos pensó ubicar originariamente su capilla funeraria), y los templos de San Juan Bautista y San Juan Evangelista.
Las collaciones de los Santos Juanes -como eran conocidas popularmente- agrupaban a humildes agricultores. Al igual que ocurría con otros barrios de la ciudad, esta collación tenía su propia línea de muralla reforzada con torreones (desaparecida a mediados del siglo XVII).

Respecto a la Iglesia de San Juan Bautista, a pesar de la importancia que tuvo en la Úbeda medieval, apenas tenemos datos. Hasta su ubicación es dudosa, ya que en 1844 solo existía el solar con sus cimientos. Posiblemente estuviera cerca de la actual Redonda de Miradores, frente a los muros del Alcázar y cerca del Barrio de San Millán.
Desconocemos cómo sería su templo, posiblemente de estilo mudéjar o tardorrománico. Su capilla mayor estaba vinculada a la familia Trillo, existiendo otra serie de capillas en donde se veneraban numerosas imágenes religiosas.
En 1800 se extinguió como parroquia, pasando todas sus imágenes y demás objetos ornamentales a la cercana iglesia de San Millán (a excepción de sus libros sacramentales, que pasaron a la iglesia de San Pablo).

Más datos tenemos de la Iglesia de San Juan Evangelista (también conocida como San Juan de los Huertos). Fundada tras la conquista de la ciudad, este templo románico se alzaba frente a las murallas del alcázar, extramuros, en las proximidades de la Fuente de la Saludeja. Extinguida como parroquia en 1740, pasa a depender de la iglesia de San Lorenzo, lugar a donde van a parar sus escasos bienes artísticos.
El templo debería presentar un aspecto similar al de la Iglesia de Santa Cruz de Baeza, es decir, un templo tardorrománico. La iglesia medía diez metros de largo por seis de ancho, y tenía varias capillas funerarias como la de Nuestra Señora del Rosario o la de San Mateo.
Paseando por la Fuente de la Saludeja, y mirando al horizonte, podrán observar entre la vegetación las ruinas de su cabecera -ubicadas cerca del antiguo matadero municipal, frente a la Puerta de Granada-. Su ábside, junto a un poste eléctrico, está realizado en piedra y presentaba un vano (hoy totalmente desvencijado).
Por desgracia -o para bien de la conservación del templo-, este templo está abandonado y su acceso es prácticamente inexistente, estando rodeado por huertas. Sin embargo, es lamentable el hecho que no se le preste la atención suficiente a estas ruinas que tanto han vivido. Sus 7 siglos de vida posiblemente no aguanten mucho más tiempo. Sería conveniente conservar las ruinas (simplemente consolidarlas, no hacer ningún “experimento patrimonial” al que, por desgracia, nos tienen acostumbrados nuestros políticos), y potenciar su presencia en el paisaje mediante un sistema de iluminación o posibilitando un acceso limitado a las ruinas.
Se tomen medidas o no para su conservación, es importante que todos conozcamos la existencia de las ruinas de San Juan. Es importante no olvidar nuestra propia historia, larga y fecunda, pero más importante es conservar los vestigios de esa historia para Úbeda y la Humanidad.



Cuando nuestros templos eran blancos

Tras la conquista cristiana de Úbeda por las tropas de Fernando III el Santo, las mezquitas de la ciudad fueron reconvertidas en iglesias. Al principio tan sólo se procedería a su purificación, reordenando la orientación del culto (hacia el Este) e incorporando una serie de símbolos cristianos (el Crucificado, la imagen de la Virgen o el santo titular, etc.) que mostraran la nueva situación religiosa. Sin embargo, consolidada la conquista territorial, se procedería a la construcción de templos que se ajustaran mejor a las necesidades del culto.
Las nuevas iglesias y conventos construidos en Úbeda serían realizados por artífices mudéjares, que mantendrían sus técnicas y motivos decorativos musulmanes, combinados con formas tardorrománicas y protogóticas; entre los ejemplos más reseñables podríamos citar la puerta de la iglesia conventual de Santa Clara (así como uno de sus claustros) o la cabecera de San Pedro. Estas primeras iglesias se caracterizarían por su austeridad, empleando materiales de poco coste pero sustituyendo esta pobreza por el ingenio decorativo. Casi todos estos templos presentarían originalmente una nave única (salvo excepciones), que se cubrirían con techumbre de madera, salvo en la capilla mayor donde emplearían bóveda de piedra; a esta nave lateral se irían añadiendo capillas funerarias, generalmente cubiertas con bóveda.
Con el avance del tiempo se procederá a reformar y ampliar muchos de estos templos, empleando para ello el estilo imperante del momento: el Gótico. Nuestra ciudad cuenta con ejemplos góticos de gran calidad, como así lo certifican la iglesia de Santa María, San Pablo, San Nicolás, etc. Estos templos medievales se irían reformando con posterioridad, especialmente durante la Edad Moderna.
Durante el Renacimiento asistimos a un proceso generalizado de reforma en todos los templos ubetenses, labrándose muchas de las portadas que hoy presentan. En algunos casos, se proyecta la reforma global de algunas parroquias como consecuencia del auge poblacional (como ocurre en San Isidoro).
La crisis económica generalizada que experimenta España durante el siglo XVII modificaría muchos de los proyectos constructivos. Sin embargo, no por ello la Iglesia paralizaría el proceso de embellecimiento de sus templos, empleando técnicas más económicas pero no por ello carentes de efectos escenográficos, como consecuencia de los postulados impuestos por la Contrarreforma Católica.
Casi todos los templos ubetenses (con la excepción de Santo Domingo) sustituirán su techumbre de madera de tradición mudéjar por cubiertas de yeso: bóvedas de cañón con lunetos con decoración de molduras geométricas, que frecuentemente se continuarían por los paramentos de los templos. En parte, esto se hacía así para disimular la pobreza de materiales de la fábrica, pero también para dar una mayor luz al interior del templo y acentuar el carácter espiritual, e incluso como motivo decorativo (por la combinación de piedra y el yeso, creando una bella bicromía). En este sentido, muchas de las formas barrocas continúan con elementos ya vistos en época mudéjar.


En Úbeda, tanto los templos parroquiales como los conventuales y las ermitas se recubrieron con estucos. En algunos tan sólo se recubrieron algunas zonas para resaltar la bicromía y disimular el mal desbaste de la piedra; en otros, la decoración fue total. En ocasiones, este empleo de bóvedas se continuaba en las sacristías, como así podemos verlo hoy en día en San Isidoro y San Nicolás.
Un motivo recurrente fue el emplear una bóveda de cañón remarcada con arcos fajones, donde se abren lunetos en correspondencia con las ventanas. Frecuentemente, la parte central presenta una decoración de molduras rectangulares, y en ocasiones combinadas con placas de cerámica. Ello se hace patente en las iglesias parroquiales de San Pedro, San Isidoro, San Lorenzo (del que se conservan restos en la zona del coro) o en iglesias conventuales como la de San Miguel, San Francisco o San Nicasio (según se aprecia en el proyecto).
Con el tiempo se van complicando estos motivos, especialmente a partir del siglo XVIII, disponiéndose estrellas y otras formas mixtilíneas, complementada con ornamentación floral (tal y como aprecia en San Pablo, Santa Clara o como se disponía en Santa María). Es a mediados de este siglo cuando encontramos la mayor exhuberancia decorativa realizada en yeso, cuyo principal exponente es la Iglesia de la Santísima Trinidad. Gran éxito tuvo la bóveda polilobulada, ornada con pilastras, sobre pechinas con una abigarrada decoración escultórica; así se aprecia en la bóveda de San Lorenzo y en los restos conservados de la bóveda de la Ermita de Madre de Dios del Campo.
No solamente en el Barroco se emplearon las yeserías decorativas, sino que se mantendrían en el siglo XIX. Así se aprecia en la reconstrucción del templo conventual de San Francisco o en las ermitas de Santa Eulalia, del Gavellar o San Bartolomé.
En los últimos años, algunas de las últimas tendencias “restauradoras” optan por eliminar el encalado defendiendo que se dispusieron por motivos higiénicos, para evitar las epidemias (que en algunos casos es verídico), borrando con ello una importante página de la historia de nuestros edificios. Ejemplo conocido por todos es el de Santa María, cuyas paredes no estaban preparadas para ser vistas sino para ser encaladas, creando contraste con las piedras bien labradas de las arcos. Igualmente, la destrucción de las bóvedas barrocas y la reinvención del artesonado mudéjar constituye otro atentado al pasado histórico del edificio.