Intervención en la Iglesia de la Trinidad

La llegada de los trinitarios a Úbeda se produciría tras la conquista cristiana, aprovechando para su fundación la primitiva ermita de San Sebastián. Por su carácter extramuros, el templo sería arrasado e incendiado por las razzias musulmanas lideradas por Don Pero Xil en 1368, siendo reconstruido posteriormente. Nuevas intervenciones se sucederían durante los siglos XVII y XVIII, dando consecuencia uno de los pocos templos barrocos conservados en la ciudad, muy similar en estilo a algunas de las iglesias madrileñas de su época.
Ocupado el convento por las tropas francesas, los trinitarios son exclaustrados en 1808 y restituidos por la Regencia del Reino en 1813. Tras su regreso, los religiosos viven unos años de dificultades económicas, hasta el punto de que se ven obligados a alquilar parte de sus estructuras para instalar un pequeño cuartel de la milicia local. Sin embargo, en 1836 los religiosos son expulsados definitivamente como consecuencia de la Desamortización Eclesiástica de Mendizábal.
Como decía Miguel Ruiz Prieto: «no hay en Úbeda edificio que haya sido más aprovechado. Oficinas públicas, sociedades de Beneficencia, cuartel de Milicianos, de la Guardia civil en su creación, Escuelas y Colegios… para todo se ha utilizado». En efecto: en julio de 1838 se acordaría instalar una escuela de educación primaria en el convento, cediéndose habitaciones para uso personal de los maestros; también se instala aquí el primer servicio de correos de la ciudad -que permanecerá hasta 1843- y la Asociación de Señoras de la Casa Cuna y Beneficencia; finalmente, en 1845 se instalaría el destacamento de la Guardia Civil (la cual habría sido creada un año antes).
En 1861 el convento sería entregado a los Padres Escolapios, aprovechando una Real Orden de Isabel II, quienes mantendrían el edificio y sostendrían una escuela de párvulos y colegio de segunda enseñanza dependiente del Instituto de Jaén. Por su parte, el templo mantendría su culto como ayuda de la parroquia de San Nicolás, no destruyéndose sus imágenes y retablos gracias a su fuerte carga devocional; de hecho, por estos años se incrementa el patrimonio de la iglesia al recibir piezas procedentes de otros conventos desamortizados.
Son constantes las obras de mantenimiento durante todo el siglo XIX, tanto en el convento como en la iglesia, aunque es permanente el mal estado de conservación. De hecho, el elevado coste de mantenimiento del edificio y su generalizado mal estado sería la causa por la cual los Escolapios abandonan el inmueble en 1920. Tras esto se plantean diversos usos en el edificio, llegándose incluso a plantear su total demolición para construir el Mercado de Abastos. Finalmente se acuerda mantener las funciones educativas en el edificio, llevado a cabo por los Padres del Inmaculado Corazón de María quienes permanecen aquí hasta la llegada de la II República.
Como vemos, la Santísima Trinidad ha tenido una vida azarosa. Tras la Guerra Civil, la zona de la antigua clausura ha mantenido su función como colegio público, albergando así mismo las oficinas de Jóvenes de Acción Católica y la sede de la Cofradía de la Expiración; por su parte, la iglesia siguen funcionando como ayuda de la parroquia de San Nicolás (si bien ha perdido casi todo su patrimonio mueble).


Durante todo el siglo XX se han sucedido las intervenciones puntuales en el inmueble, especialmente orientadas a resolver problemas en sus cubiertas, uno de sus males endémicos. Desde hace unas semanas, la fisonomía de la centenaria iglesia de la Trinidad luce un aspecto bastante diferente debido a la presencia de un inmenso andamio que oculta la práctica totalidad de su torre, así como su portada de los pies. Ello se debe a las obras de urgencia que se están llevando a cabo en ella, financiadas por el Obispado de Jaén, y en donde está interviniendo un equipo interdisciplinar compuesto por el arquitecto José María Martos Leiva, la empresa “ÚbedArte” liderada por el restaurador Manuel Martos Leiva, y el historiador Blas Molina Reyes.
A pesar de la polémica surgida en los primeros momentos de la intervención (puesto que la presencia de los andamios podía afectar al desarrollo biológico del cernícalo primilla), ésta continuó debido al carácter de urgencia de la misma (no obstante, había amenaza de desprendimientos de piedras, como ya ocurrió meses atrás).
Las obras se han realizado en un espacio muy breve de tiempo (un mes escaso), durante el cual se han llevado a cabo más actuaciones de las que se esperaban por parte del equipo de restauración. Ante todo, el principal interés que tenía la intervención ha sido lograr la estabilidad de la torre, tapando numerosas grietas con mortero de cal y fijando los elementos arquitectónicos y ornamentales, muchos de los cuales habían perdido la sujeción y estaban exentos de ningún tipo de anclaje, convirtiéndose en un peligro para los viandantes. Igualmente se ha procedido a reintegrar elementos volumétricos que se habían perdido.
Además de ello, se ha realizado una limpieza general del exterior de la iglesia (con especial detenimiento en sus dos portadas), lo cual ha supuesto la eliminación de hongos y líquenes, excrementos de paloma, así como gran parte de la costra negra que cubría la fachada (no toda la que se hubiera deseado, precisamente por la celeridad con la que se ha llevado a cabo el proceso, que ha impedido la aplicación de productos químicos de más amplia trascendencia). Eliminada esa pátina de suciedad, la piedra ha vuelto a recuperar parte del color dorado originario, tan característico de la arquitectura de nuestra ciudad. 
Finalmente se han incorporado sistemas de protección para evitar el daño realizado por las palomas y otras aves, uno de los agentes biológicos que más afectan a nuestros monumentos.
Con todo, se ha logrado un resultado óptimo que asegura el mantenimiento de nuestro patrimonio y que, a la vez, supone una salvaguarda de la seguridad de todos los viandantes. Esperemos ver muy pronto a este equipo trabajando por la restauración de uno de los edificios que más anhelan hoy en día los ubetenses: la iglesia de San Lorenzo.

El Grupo “Gavellar”


Ya próximos al mes de mayo, se suceden las actividades vinculadas a la tradicional romería de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de Úbeda y Alcaldesa Perpetua de la Ciudad. Sin duda, la imagen de la patrona y su ermita en el arroyo del Gavellar se convierten en elementos claves de los ubetenses, y su repercusión se muestra en el quehacer cotidiano de la ciudadanía, más allá de la devoción popular. Prueba de ello es el hecho que muchas calles, comercios, cooperativas, y un largo etcétera lleven algunos de los nombres asociados al culto de la patrona (uno de los últimos ejemplos que más suenan en relación con esto, tanto metafórica como acústicamente hablando, sería el grupo musical “Guadalupe Plata”).
En el ámbito de la pintura ubetense de las últimas décadas, quisiera sacarles el recuerdo de un grupo de pintores locales que tomaron a la Virgen de Guadalupe como estandarte de su pintura: se trata del Grupo “Gavellar”, integrado por los pintores Antonio Millán, Andrés Garrido, Pepe Dueñas y Antonio Espadas, quienes expusieron su obra en Málaga y Madrid, así como en otras muestras colectivas celebradas en ciudades españolas y extranjeras en la década de los ‘70.

El primero de ellos es Andrés Garrido Aranda “El Garri” (1918-1976) quien inicia su formación en la Escuela de Artes y Oficios de Úbeda, donde fue alumno de Cristóbal Ruiz. Tuvo que interrumpir sus estudios artísticos para marcharse al frente en la Guerra Civil, pudiendo continuarlos cuando finalizó la misma, siendo entonces alumno de Narciso Alvarado, quien le nombró su auxiliar.
Su trabajo como mecánico sólo le dejaba libres las noches y los domingos, momento que aprovechaba para pintar la porción del paisaje que escogía. Uno de sus máximos sueños era exponer, cosa que logra realizar de forma conjunta en la Agrupación Artística Cultural Ubetense, en su sede de la calle Muñoz Garnica (actual Casa de Cofradías); años más tarde lograría exponer su obra de forma independiente.
A su estilo primitivo, rayando a veces en lo ‘naïf’, va imprimiendo una gran madurez por influencia con los artistas Domingo Molina y Palma Burgos. Tras tocar varios temas, se vuelca de lleno hacia el paisaje y refleja diversos rincones de Úbeda, caracterizados por su realismo y donde refleja su luz y color.
Fue el primero del grupo en fallecer, motivo por el cual el resto de sus compañeros realizarían una exposición como homenaje póstumo.   

Aunque nació en Madrid, Antonio Millán Sánchez (1924-2008) era descendiente de andaluces y muy pequeño llegó a Úbeda (puesto que su padre trabajaba en las obras de la línea ferroviaria Baeza-Utiel), quedando ya para siempre ligado a la ciudad.
Recibió clases de dibujo en la Escuela de Artes y Oficios, y su afición a esta disciplina artística le llevó a dedicarse a la delineación en materia de construcción de obras públicas y topografía, llegando a ser funcionario del Ministerio de Agricultura.
Establecido en Madrid, fue uno de los impulsores y fundadores de la Casa de Úbeda en Madrid. Además de colaborador de la revista “Vbeda”, fue el principal coordinador de la revista “Gavellar” de temática ubetense. En esta revista comenzó una sección habitual de vocablos tradicionales ubetenses, que irían acompañados por divertidas ilustraciones realizadas por él mismo, que darían lugar a la posterior publicación del libro “Úbeda Básico”.

De familia humilde, José Dueñas Molina (1940-2005) inicia sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios de Úbeda, en donde tiene como maestros a los profesores Narciso Alvarado, Francisco Palma Burgos y Domingo Molina Sánchez.
A pesar de sus deseos de ampliar sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de Madrid, finalmente entraría a trabajar en el taller del imaginero Palma Burgos, quien había sido su maestro en la Escuela de Artes y Oficios. Posteriormente obtiene el título de graduado en Artes Plásticas -especialidad en Decoración-, trabajando profesionalmente como pintor decorador.
En su faceta como pintor artístico participaría en diferentes concursos, exposiciones y certámenes de pintura, cosechando los primeros premios y popularidad: I Concurso de Pintura Universitaria, Jaén (1975), I Muestra de Artesania Popular, Úbeda (1981), cartel de la Feria de San Miguel…
Dentro de su producción cabría citar el gran desarrollo que adquiere el género del bodegón y del paisaje, destacando especialmente por el retrato, empleando el óleo como técnica principal. Sus pinturas se encuentran en colecciones privadas, dispersas entre Portugal, Madrid, Barcelona, Palma de Mallorca, La Coruña, Granada y otras ciudades.
Entre 1957 y 1959 trabajaría en la restauración del interior de la Sacra Capilla del Salvador de Úbeda (Jaén), a las órdenes del maestro Mohedano, enviado para tal encargo por el escultor Juan Luis Vasallo. Así mismo, a él se debe el descubrimiento de las pinturas murales del siglo XVI en el Palacio Vázquez de Molina de Úbeda (1974), que serían restauradas por la Consejería de Bellas Artes.
Al margen de su producción artística, Pepe Dueñas fue fundador y directivo de asociaciones culturales ubetenses como “Adelpha-Úbeda” (dedicada al patrimonio ubetense), “Amigos de la Música”, “Tirsos y Caretas”, “Maranatha”, “Sembradores de la Alegría” (vinculadas a la música y al teatro), entre otros.
Fallecido de una rápida enfermedad, el cariño que le profesaban sus paisanos se vio reflejado en la creación de un premio con su nombre, que se entrega anualmente en el Teatro Ideal Cinema con motivo del carnaval. 
Es padre del también pintor y grabador Juan Jesús Dueñas Ruiz.

El último pintor vivo del grupo “Gavellar” es  Antonio Espadas Salido (1933), quien inicia su formación en Dibujo y Pintura en la Escuela de Artes y Oficios de Úbeda. Aprueba el ingreso en la Facultad “Santa Isabel de Hungría” de Sevilla y, a partir de 1955 comienza su actividad expositiva por diversos municipios de la provincia (Linares, Jaén y Quesada), compartida con su trabajo cotidiano en una droguería.
Artista vocacional y sensible, su pintura recoge el universo más próximo de su paisaje de manera sincera. En cuanto a su estética, ésta se relaciona con una visión postimpresionista, concebida con pinceladas delicadas, reflejando paisajes (generalmente rincones de Úbeda y campos de olivares), con tonalidades cálidas. Como el propio pintor declara, “en el paisaje que me rodea -en el de mi tierra-, las luces y las sombras juegan y se complementan de una forma muy especial, y no me refiero a las que el día determina, aludo, también, a las que se engendran en la noche”. Generalmente suelen ser paisajes donde no aparece gente, “porque la gente está dentro, más allá de la luz, en ese bar que hace esquina, en el balcón cerrado, viendo pasar la vida”.
Su obra ha sido expuesta en numerosas ocasiones, tanto de forma individual como colectiva, especialmente en la provincia de Jaén, así como en Madrid, Málaga e incluso México. En 1996 celebra una muestra retrospectiva en la sala de exposiciones del Hospital de Santiago de Úbeda, con un centenar de piezas.
De forma paralela, realiza diversas actividades como escritor e ilusionista, sintiendo igualmente afición por el teatro y participando dentro de la compañía “Tirsos y Caretas” de Úbeda.
Es padre del imaginero ubetense Antonio Espadas Carrasco.